Mucho se ha hecho en temas de sostenibilidad buscando reducir la emisiones de CO2, volviendo los empaque más ecológicos, trabajando con todos los actores de la cadena de suministro para que sean socialmente responsables, etc. Pero mucho falta por hacer, más ahora que esto se convierte en un factor de competitividad gracias a que los consumidores apreciamos y buscamos este tipo de valores en las compañías que nos proveen productos y servicios, y como profesionales valoramos estos entornos para trabajar, buscando sentirnos orgullosos de lo que hacemos.
Por eso me parece que es el momento de ir un paso más allá, o mejor dicho, más atrás en la cadena, para dejar no solo de tratar de contaminar menos produciendo lo mismo, o ser social y laboralmente más sostenibles haciendo lo mismo. Me explico, nuestro planeta ya no aguanta más desperdicios y los seres humanos ya no aguantamos más estrés; pero vivimos en un ambiente de consumo y de cambio tan acelerado, que por más por más productos ecológicos que nos inventemos y técnicas para buscar el bienestar que implementemos, no vamos a lograr un cambio significativo a menos que hagamos un alto en el camino, reduzcamos las complejidades y nos enfoquemos en hacer la cosas que realmente importan.
Actualmente tenemos tantas opciones de selección en todos los ámbitos, que los psicólogos llevan años advirtiéndonos lo perjudicial que esto para las personas, y si lo llevamos a términos empresariales y en especial de cadenas de suministro, debemos darnos cuenta que es supremamente costoso.
Hace poco leí que Mattel disminuyó la cantidad de tonos de rojo entre los cuales sus diseñadores podían escoger, ya que eran 150, y cómo su Director de Supply Chain explicaba que la compañía ahorraría cientos de millones de dólares con este cambio. Y me quedé pensando, ¿De verdad necesitamos 150 tonos de rojo? No solo en un juguete, sino en cualquier cosa. Hace un par de meses fui a buscar pintura para una pared de mi casa y es increíble la cantidad de colores que encuentras, de tal forma que al final escogimos un color sólo por cansancio, si tener la seguridad de si nos iba a gustar o no el resultado final; es decir, experimenté “La paradoja de la Elección” de la que nos habla el psicólogo norteamericano Barry Schwartz en su libro con el mismo nombre.
Existen tantas opciones de selección dentro de una misma marca, empresa y hasta algunos restaurantes, que hacen supremamente costosas sus operaciones de almacenamiento y de producción, ya que deben tener espacio de bodega suficiente para soportar dicha variedad así sea con el inventario mínimo óptimo, y deben adecuar sus cadenas de producción cada vez que van a fabricar un producto “diferente” así el único cambio sea el tono de rojo.
Ni que decir del ejército de proveedores que deben tener para suplir dicha variedad, lo que incrementa la complejidad no solo productiva sino administrativa en los departamentos de compras y contables al tener que manejar un volumen tan alto de interacciones; justamente en la época en que estamos migrando estos departamentos administrativos a hubs globales en la India para minimizar costos.
Y si a esto le sumamos lo corta que es la vida útil de los productos hoy en día, ya que cada vez, más rápido, lanzan nuevos celulares, televisores, computadores, etc. que hacen que los proveedores te produzcan sólo si tienes el volumen suficiente para cubrir sus costos y tan pronto se esté acercando la fecha de terminación de producción de esa versión para comenzar con la nueva, cada empresa es la encargada de almacenar las piezas que necesita para soportar la producción, garantía y tiempo de servicio que requiere para atender las reparaciones de dicho producto, por lo tanto, entre mayor variedad tengas, mayor espacio de almacenamiento necesitas y más costosa se vuelve tu cadena, si quieres mantener un nivel de servicio óptimo.
Esta carrera por la “innovación” es tan acelerada, que las empresas muchas veces terminan lanzando en el corto plazo productos que no presentan una diferencia significativa entre uno y otro, algo que realmente influya en la decisión de compra del consumidor, y además lanzan varias versiones del mismo producto, también con tan pocas diferencias entre uno y otro, que al final el factor diferenciador para el cliente termina siendo el precio más bajo, mientras que para la compañía tanta variedad y cambio mínimo le ha representado un costo muy alto en su cadena de suministro y le seguirá costando durante los años que deba prestar garantía y servicio a cada uno de esos productos.
Y todo esto al final lo que hace es que desechemos más rápido todo tipo de productos, es decir, que por ecológicos que los volvamos, cada vez más rápido generamos desechos, desechos que nuestro planeta no aguanta. En ese frenesí de innovación y diversificación estresamos a nuestros consumidores con tanta opción de selección y afán de cambio, a nuestros colaboradores con la presión de “salir con algo nuevo”, a veces sin que esté terminado de inventar o desarrollar y encarecemos nuestra cadena de suministro añadiéndole constantemente complejidades, cuando el enfoque siempre es tratar de que sea lo más efectiva posible.
Entonces, ¿Cuál es la propuesta?
¡Volvamos a lo importante! No siempre más es mejor
Innovemos ¡sí!, pero de verdad, con cambios que realmente importen, con variedades que realmente impacten e influyan en la toma de decisión del consumidor. Nuestro planeta nos exige que pensemos realmente lo que estamos haciendo y que lo hagamos con conciencia, ya no sólo con el fin de no hacerle más daño sino de recuperarlo.
Nuestra salud mental y física nos exige un entorno de vida sano y nuestra economía nos exige sostenibilidad en todo nivel, por eso, volvamos a lo básico, a lo importante, tomémonos el tiempo de hacer las cosas bien y pensemos siempre en hacer lo mejor, se acabó el tiempo de simplemente hacer más.