Juan Camilo Roldán Arango
Profesional en Ingeniería Administrativa con estudios complementarios de Maestría en Administración Empresarial del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Cuenta con 16 años de experiencia en direccionamiento de procesos administrativos y financieros. Actualmente se desempeña como Director Administrativo y Financiero del Instituto de Capacitación e Investigación del Plástico y del Caucho -ICIPC- y como docente en temas financieros de programas de extensión de la Universidad de EAFIT.
La pandemia y el COVID-19 le han demostrado al mundo lo vulnerables que han sido los gobiernos para el control y mitigación de crisis epidemiológicas, incluso para aquellos países con altos niveles de Producto Interno Bruto – PIB. Varios de los países más desarrollados han evidenciado tener enormes falencias en su control y mitigación. Adicionalmente, se ha visibilizado la existencia de enormes brechas en relación con los esquemas de salud, logística, capacidad de reacción, capacidad instalada, insumos y una brecha salarial para aquellas áreas que implican la exposición a labores con riesgos más altos.
La lucha contra este enemigo microscópico ha alimentado una guerra invisible corporativa y gubernamental, donde el vencedor será recordado como aquel que está en la cúspide del conocimiento, tal como lo vivimos en la Guerra Fría y con la carrera espacial entre los años 60 y 70. El vencedor se llevará toda la gloria y se posicionará como líder indiscutible en asuntos científicos; este liderazgo se verá reflejado con la llegada de nuevas crisis.
Pero… ¿Y los otros países? ¿Cómo está Latinoamérica en términos de liderazgo en conocimiento? ¿Cómo está Colombia? ¿Tenemos iniciativas que nos permitan entrar en la competencia?
Cómo podríamos hacerlo, si con el esquema actual de gasto en investigación y desarrollo es cada vez más reducido y se refleja en la disminución de entidades dedicadas a la ciencia; las cuales hacen parte del motor de desarrollo y de la productividad del país. Cada vez son menos los centros de investigación en Colombia (de todas las áreas), ya que no existe un plan a largo plazo que garantice el desarrollo científico y tecnológico para la industria y la sociedad.
Actualmente, muchos centros de investigación se financian a través del presupuesto estatal o con fondos provenientes de la industria. Sin embargo, muchos de estos centros de conocimiento tienen un porcentaje mayor de financiación a través del Estado y esto implica, una serie de inconvenientes del esquema de financiación actual.
Partamos inicialmente de que países como Colombia, que tienen un presupuesto restringido y el cual se destina principalmente al servicio de la deuda, la defensa nacional, salud y educación; se le suma que cada año persisten unas necesidades insatisfechas en la sociedad, que requieren de especial atención como los niveles de pobreza, desempleo e inequidad. Así mismo, si a todo lo anterior le sumamos los requerimientos y las prioridades del gobierno de turno, nos encontramos con un choque de realidades difícil de superar. Y por ende, tener los recursos suficientes y garantizados por parte del Estado, se vuelve una misión difícil de materializar.
Al tener una mayor proporción de financiación estatal, a través de la figura de postulación de convocatorias –que es lo más usual–, se crean una serie de dificultades que afectan negativamente la salud financiera de las entidades y centros de investigación, como los efectos de la ley de garantías, la exigencia de ciertos criterios e indicadores financieros por parte de entidades estatales y financieras –como si se tratara de empresas que reparten utilidades y dividendos–, y así mismo, los atrasos en los desembolsos de los proyectos que afectan el capital de trabajo y la liquidez de los centros.
Miremos cómo se encuentra nuestro país relacionado con el gasto en I+D comparado con los países líderes en esta materia: el gasto de I+D como % del PIB para Colombia es de 0,3%, para Corea del Sur 4.3% y Japón el 3.4% y Alemania el 2.9%. En términos de número de investigadores por millón de habitantes tenemos a Colombia con 58, Corea del Sur 6.826, Japón 5.328, y Alemania 4.320.
La participación de la inversión del sector empresarial es crucial y fundamental, dado el gasto e inversión total de I+D Corea del Sur tiene 78,2%, Japón 77,8% y Alemania el 67.7% (fuente: Instituto de Estadística de la Unesco junio 2020).
Estas sencillas estadísticas nos pueden dar una idea de la impresionante correlación que existe entre la inversión en investigación y el incremento del crecimiento per cápita de los países, y una posible idea de un esquema que está dando resultado.
¿Por qué países como Japón y Corea del Sur enfrentados a guerras devastadoras lograron en pocas décadas alcanzar niveles de desarrollo comparables o mejores que los de los países industrializados?
En el caso de Japón, una nación devastada por dos bombas atómicas y con poca tierra cultivable, logró el milagro japonés de volverse una potencia mundial, pues aparte de las medidas proteccionistas, una mentalidad patriótica y un modelo de exportación a través del valor agregado, se dieron cuenta de que a través del desarrollo de la tecnología, la educación y el aumento de productividad podrían tener un modelo exitoso, que solo se materializaría en los años 60.
¿Pero qué hacemos? ¿Qué podría funcionar?
Tomando como ejemplo, el Modelo del Instituto Fraunhofer-Gesellschaft, un instituto de investigación de Alemania fundado en 1949 con 28.000 empleados, opera bajo una estructura de financiación del 70% a través de contratos de la industria y el 30% restante por parte del gobierno alemán. De esta manera, obtienen un balance óptimo para la búsqueda de soluciones para la industria y la sociedad.
Es por esto, que es tan determinante la participación de la Industria en la investigación y el desarrollo. Invertir en ciencia y tecnología es una de las inversiones responsables más inteligentes que los gremios y la industria pueden realizar. Se puede constatar históricamente que hay una gran relación entre el aumento del gasto de I+D y el de incremento de productividad que lleva finalmente a desarrollos de crecimiento económico. Es decir, es constatable que las inversiones en I+D son externalidades positivas porque traen desarrollo a la sociedad.