En circunstancias como esta es cuando sentimos la relatividad del tiempo. La Covid-19 ha hecho del 2020 un largo año y lento para la mayoría de los habitantes: en todos los países y culturas. Nadie ha escapado a tener que readaptarse a esta nueva condición de vida, inicialmente en búsqueda de la propia protección frente a este enemigo diminuto que ha sacudido a la humanidad.
Ojalá esa ralentización sirviera para revisar los avances frente a la agenda común de desarrollo, en la que nos hemos comprometido casi todos los países del mundo, para cerrar las brechas de desigualdad e injusticia, especialmente aquellas que son consecuencias directas de un crecimiento desnaturalizado: aquel que busca exclusivamente réditos económicos; incluso, por encima de la protección de bosques y/o de comunidades de manera irresponsable.
Han sido, hasta el momento, 20 años desde que Kofi Annan, Secretario de ONU, tuvo la transgresora idea de comprometer a las naciones a establecer los Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000-2015), respaldados e impulsados por su sucesor Ban Ki Moon con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015-2030), con el fin de dignificar a la persona a niveles históricamente nunca antes contemplados, a través de un acuerdo supranacional, con metas incluidas, para cumplir así el propósito fundamental de la creación de la ONU: la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Siempre consideré que la humanidad era muy lenta para asimilar los cambios, especialmente aquellos que requieren transformar el pensamiento, la cultura y los hábitos; sin embargo, todos hemos tenido que adaptarnos precipitadamente a la ‘nueva realidad’ y, seguro estoy, que ese ‘bicho extraño’ será doblegado más por las defensas naturales de nuestro organismo que por las aceleradas vacunas que tratan de hallar los ‘países desarrollados’.
Sin embargo, así como hemos tenido la habilidad de readaptarnos, las naciones requieren un cambio para avanzar en esas metas. Las estadísticas no dan un buen informe de resultados alcanzados hasta el momento (casi todos los ODS han retrocedido abruptamente con la pandemia)…
Aprovechemos este reordenamiento para repensar el modelo de desarrollo que requiere la humanidad fundamentado en lo que algunos expertos llaman una ‘economía regenerativa’ el cual nos obliga a volver a revisar (y todas esas palabras con el prefijo ‘re’) que implica construir una nueva sociedad que gire en torno a la vida (al ser humano y a la naturaleza) para que el crecimiento económico realmente tenga un sentido trascendente para nosotros y nuestros hijos.
Es por ello que desde el Centro RS llevamos más de ocho años promoviendo la Inversión Responsable, convencidos que aquellos elementos que la conforman pueden impulsar a la humanidad a lograr los espacios de equidad, sostenibilidad y oportunidad que se requiere para construir un mejor futuro.
¡Es un reto grande, pero viable!