Juan Carlos Mora Uribe
Administrador de Negocios de la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. Magíster en Administración de Negocios de Babson College, Estados Unidos. Durante sus 29 años de carrera en el grupo empresarial Bancolombia, ha construido un camino de liderazgo en todas las áreas de la organización. En los últimos años fue vicepresidente de Servicios Corporativos (COO) y vicepresidente corporativo de Innovación y Transformación Digital, equipo que estructuró para llevar la innovación y la banca digital al servicio de los clientes. Así mismo, coordinó la entrada de Bancolombia al Dow Jones Sustainability Index. Actualmente, es el Presidente (CEO) de Bancolombia.
El mundo como lo conocemos está cambiando de forma acelerada, basta con recordar cuál era la perspectiva y costumbres que teníamos hace apenas ocho meses para ver que son totalmente distintas a las de hoy. El nuevo entorno social y económico trae desafíos adicionales que nos exigen a los líderes y empresas una acción decidida más allá de la esencia de los negocios y con visión estratégica de futuro.
Para enfrentar esos cambios, el mundo financiero también está evolucionando y esto incluye, entre otras cosas, la forma en que invertimos. Eventos como la corrupción, los desastres naturales y la inequidad han acelerado la inclusión de criterios Ambientales, Sociales y de Gobierno Corporativo (ASG) –tanto positivos como negativos– en las actividades y procesos de inversión, por su relevancia y materialidad en la gestión a mediano y largo plazo.
Hay suficiente evidencia, tanto desde la academia como desde diversas entidades financieras, que demuestra que la consideración de riesgos e impactos de factores ASG, alineados con la agenda global de desarrollo sostenible, contribuyen a la toma de decisiones acertadas en relación con los retornos.
Esta transformación es ahora nuestra realidad, estamos viendo que grandes sumas de capital están siendo reasignadas para que cumplan con criterios ASG. La inversión responsable o sostenible, como se le conoce a este nuevo enfoque, es una práctica muy dinámica y de evolución rápida que en las últimas décadas ha tenido un crecimiento acelerado. Según la consultora Deloitte, se estima que los activos administrados bajo estas premisas tendrán crecimientos hasta tres veces más rápidos que aquellos administrados sin esta consideración; además, calcula que al 2025 la inversión sostenible representará el 50 % de los activos administrados globalmente.
El 2020 ha sido un punto de inflexión y ha marcado un año récord en flujos hacia inversiones ASG, mostrando que es una transformación que llegó para quedarse. La pandemia del COVID-19 ha suscitado nuevas conversaciones y ha demostrado que es el momento de actuar en masa para evitar posibles desastres similares u otros derivados de los impactos causados por el hombre al planeta.
Es así, como el mundo de inversión está modificando sus portafolios para enfrentar dichas problemáticas, se está preguntado por el impacto del dinero invertido en los ecosistemas y la sociedad, ha reconsiderado el modelo empresarial para obtener ganancias a largo plazo de forma sostenible y, al mismo tiempo, reevalúa los riesgos y el valor de los activos. Todo esto se está dando a una velocidad más rápida que los cambios climáticos per se.
Esta transformación no debe ser ajena a Latinoamérica. Los inversionistas institucionales y los gestores deben comenzar a considerar estos criterios para que las inversiones sean responsables y sostenibles. Aunque la región está rezagada respecto a otras latitudes como la europea, en el último año una cantidad creciente de inversores institucionales, administradores de fondos de pensión, entre otras organizaciones, se han convertido en signatarios de los Principios de Inversión Responsable (PRI por sus siglas en inglés), iniciativa adjunta a la Iniciativa Financiera del PNUMA que busca llevar las prácticas de inversión sostenible a través de seis principios alrededor del mundo. A hoy, la región cuenta con 135 organizaciones comprometidas con PRI a la incorporación de los criterios ASG en sus procesos de inversión, cifra que se espera crezca de forma acelerada en los años que vienen.
Comprendiendo el contexto latinoamericano y entendiendo las profundas consecuencias sobre la economía y la sociedad que la pandemia del COVID-19 ha generado y que en su gran mayoría podrían persistir por mucho tiempo, se debe tomar acción urgente. Allí, el sector financiero jugará un rol fundamental como apalancador y motor de una recuperación verde, justa y resiliente que la región necesita.
Es crucial entonces que la incorporación de criterios ASG en las inversiones en la región se acelere aún más para reactivar la economía, que construya un camino sólido para el cumplimiento de las metas climáticas y de la agenda de desarrollo sostenible propuesta por los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, y que de igual manera, garantice el bienestar de las generaciones actuales y futuras a partir de sociedades mucho más justas, resilientes y equitativas.
Esta coyuntura debe verse como una oportunidad para demostrar el compromiso de la región en la consolidación de una agenda y un ecosistema de inversión responsable alineados a los planes de recuperación económica. Llegó la hora de construir nuevas formas de desarrollo sostenible a través del capital y de su reasignación a iniciativas alineadas con un sistema de bioeconomía y del aprovechamiento sostenible e innovador de los recursos que la naturaleza nos brinda. Este es un camino muy importante que nos permitirá promover el desarrollo sostenible para así, lograr el bienestar de nuestras sociedades.