¿Qué tiene que ver la inversión responsable con la economía de a pie?

1920 1080 Revista RS Edición 99

Por:  Lina María Montoya, Directora Ejecutiva de Interactuar

Economista y máster en finanzas de la Universidad EAFIT, Becaria Fulbright y MBA de la Universidad de Maryland. Con más de 17 años de experiencia en el sector financiero en áreas como Investigación Económica, Gestión de Activos, Banca Privada, Responsabilidad Social y Sostenibilidad. Es madre de mellizos y esposa, su propósito es ayudar a transformar la vida de las personas creando nuevas formas de hacer las cosas; manteniendo una mentalidad de aprendizaje y crecimiento y construyendo organizaciones innovadoras, con propósitos trascendentes que puedan crear e impactar positivamente sus entornos. 

Cuando hablamos de inversión responsable y los grandes retos de la humanidad, como el cambio climático, la inequidad social, la pérdida de biodiversidad, la salud mental, entre otros, nuestra mente nos lleva a pensar sobre los desafíos y responsabilidades de las grandes organizaciones y multinacionales y el efecto que tienen en el mundo. Con mayor frecuencia vemos cómo la discusión de los principales titulares de prensa se inspira, con toda razón, en los retos de los gobiernos y, en especial, del sector financiero, para poner los incentivos o robustecer los controles que impulsen verdaderos cambios, que dirijan los capitales y las inversiones hacia aquellas empresas que tengan buenas prácticas Ambientales, Sociales y de Gobierno Corporativo (ASG) y que, a su vez, desincentiven o sancionen a aquellas industrias que no cumplen con estos criterios, cada vez más conocidos y demandados. Esto nos lleva a pensar en el rol de los individuos como actores indispensables en la toma de decisiones y en nuestros patrones de inversión y consumo para lograr mitigar estos grandes desafíos.

En medio de la escritura de esta reflexión, tuve un espacio de conversación con un buen amigo quien me inspiraba a entender las bases de las ciencias del comportamiento, como el ser humano y su cerebro es no solo influenciable, sino que prefiere dejar las cosas como están; se orienta al presente (le cuesta pensar en el largo plazo) y como seres humanos estamos en una constante lucha de tomar decisiones con el menor esfuerzo posible. Como decía, nuestro cerebro quiere ahorrar energía. El aprendizaje que nos traen las ciencias del comportamiento, que unen la psicología, la economía, el diseño y la tecnología, es que ante la dificultad de cambiar la forma como piensa nuestro cerebro, debemos hackearlo ahí, en el momento en que toma decisiones.

Y ahora, ¿qué tiene que ver el primer párrafo con el segundo?

Una de las preguntas que me hago con frecuencia es: ¿cómo abordaremos los grandes retos de la humanidad cuando las decisiones del día a día -de producción, de consumo, de empleabilidad, de derechos humanos, de equidad- no están únicamente en las grandes corporaciones y tampoco en las personas o empresas con acceso a grandes capitales, ni mucho menos en aquellas formalizadas donde las regulaciones estatales tienen capacidad de influencia?

Sí, me refiero a un país como Colombia, donde el 93,1% del tejido empresarial son microempresas, de las cuales el 85% son informales. Según el DANE, hay cerca de 10 millones de trabajadores independientes y microestablecimientos que, en números gruesos, generan 14.9 millones de empleos y movilizan más de $45 billones mensuales.

Claramente, estos microempresarios y empleados independientes se están jugando su futuro, y el nuestro, en decisiones diarias que nos impactan a todos.

¿Será entonces que, entendiendo esta fuerza económica y social que son las microempresas y cómo las personas que las lideran toman sus decisiones en el día a día para subsistir y permanecer, y haciendo que cada vez sean más responsables y conscientes de ellas, con pequeños empujones, lograremos grandes transformaciones? ¿Qué tiene que ver la inversión responsable, las ciencias del comportamiento y la economía de a pie?

Veamos un ejemplo de una microempresa antioqueña y saquen ustedes conclusiones:

Oswal Ramírez y su esposa Natalia Herrón iniciaron como comerciantes en un establecimiento de ventas de productos de estanterías para almacenaje industrial. Allí se dieron cuenta de las capacidades que tenían como vendedores, pero al ver que sus empleadores no tenían disciplina, decidieron independizarse y comenzar su propia empresa. Hoy generan 20 empleos formales. Oportunidad: la microempresa como gran motor de generación de empleo.

Por casualidad, uno de los primeros trabajadores que llegó a la empresa tenía una adicción a las drogas y, aunque fue un reto, también se convirtió en parte de su modelo de negocio. Desde entonces, contratan personal que ha vivido en situación de calle o está atravesando por una adicción para acompañar su proceso de rehabilitación desde un oficio productivo. «Estanterías Medellín es la empresa de las segundas, las terceras y hasta las cuartas oportunidades», como expresa Oswal. Oportunidad: la microempresa como herramienta de contención a problemáticas de inequidad social.

Con conocimientos empíricos, tanto en técnicas de producción metalmecánicas como en procesos administrativos, estos emprendedores se vieron en la necesidad de formarse y, gracias a un crédito con acompañamiento empresarial, lograron invertir en la maquinaria que les permite tener una empresa con estándares ambientales de producción. Oportunidad: La microempresa como solución a problemáticas ambientales y de cambio climático.

Uno de los fines de la inversión responsable es dirigir los recursos financieros y no financieros a proyectos o inversiones que busquen contribuir a las problemáticas sociales y ambientales. Ahora, si sabemos el potencial de la microempresa en ser solución a diversas problemáticas del país, ¿será interesante darle una mirada a la inversión responsable en las microempresas?

Para convencernos de esta hipótesis, seguimos con el reto de aceptar que estos empresarios son un fenómeno económico y también social, que permiten el desarrollo humano y empresarial al posibilitar la generación de un ingreso digno para familias y comunidades, la inclusión social y la conciencia ambiental. Además, son capaces de innovar y ser creativos; sus estructuras livianas hacen que piensen y actúen con agilidad, y su principal atributo es la resiliencia y la determinación.

Ahora, ¿será que tendremos la determinación como inversionistas responsables y de impacto de apalancar esas empresas de la vida real que, con un capital inteligente, podrán seguir generando cambios positivos? ¿Un empujón a la vez, como Oswald y Natalia?

Y finalmente, la invitación es que, como seres humanos que somos y que decidimos todos los días casi que en automático, tomemos una decisión consciente para los micro y pequeños empresarios. Con seguridad, con una decisión a la vez, cambiaremos la realidad de muchas empresas, de la economía y de la humanidad.