La sostenibilidad y el efecto de la rana hervida

1920 1080 Revista RS Edición 94

Por: Rafael Antonio Parra Cristancho, Profesional Senior de Gestión Humana del Instituto Humboldt – Colombia

Economista de la Universidad Externado de Colombia y Especialista en Gerencia del Talento Humano de la Universidad Javeriana. Con más de 20 años de experiencia en Gestión Humana se ha desempeñado como Subgerente de Gestión Humana de Samsung Colombia, Jefe de Gestión Humana en Sony Colombia, HR Head en B. Braun Medical S.A. y actualmente Profesional Senior de GH en el Instituto Humboldt.

Cuando en 1987, en el Informe Brundtland, aparece por primera vez el concepto que entendemos hoy por ‘sostenibilidad’, en el que el desarrollo sostenible se definió como aquel que permite satisfacer las necesidades actuales sin comprometer el cubrimiento de las necesidades de generaciones futuras, no se dio prioridad al objetivo de atender la crítica y poner en práctica este concepto a la mayor brevedad para formular modelos de negocio que permitieran maximizar la utilidad corporativa sin que ésta cause un detrimento de la biodiversidad y de la estabilidad misma de los ecosistemas.

Desde aquella voz de alerta hasta la fecha han pasado poco más de tres décadas y, aun conociendo las consecuencias del cambio climático y el precio que se ha pagado por éste en términos del impacto negativo sobre la biodiversidad, la velocidad del cambio de mentalidad acerca de este fenómeno y la implementación de acciones que mitiguen los efectos, sigue siendo más lenta que la velocidad del daño que causamos al planeta. En consecuencia, estamos viviendo actualmente los efectos de una mala gestión, que ha derivado en daños de gravedad a nivel medioambiental, causando pérdida de recursos, especies y un efecto irreparable en la atmósfera. Sin embargo, esta mala gestión no solo es responsabilidad de la individualidad del hogar o del entorno corporativo, sino que es fruto del concurso de todos.

Gracias a la firma del pacto mundial de la Organización de las Naciones Unidas -ONU-, realizada en el año 2000 se reconoció la importancia de incorporar la sostenibilidad en los procesos empresariales, promoviendo a través de tres principios: apoyar planteamientos preventivos en temas ambientales, incentivar el uso de tecnologías respetuosas con el medioambiente y fomentar mayor responsabilidad entre sus colaboradores. Sin embargo, la aplicación de estos principios no se vive de manera consciente en el interior de las organizaciones y no existen pautas claras que permitan generar cambios reales y determinantes en la utilización adecuada de los recursos. 

Cuando en un ambiente financiero se vincula el término ‘sostenibilidad’, se genera la necesidad de medir resultados y lograr la eficiencia en los procesos que se adelantan para volver más competitivo el quehacer.

Podemos, si nos encontramos en un entorno corporativo y puramente financiero, evidenciar que el logro de un negocio ‘sostenible’ requiere de una serie de estrategias en las que al final del día sea evidente la aplicación de un ejercicio rentable, duradero en el tiempo y, que teniendo en cuenta estructura de costos, proyecciones de venta en clientes, posicionamiento en el mercado, competencia, la actualidad política y económica, tanto del país como a nivel internacional, permita mantener los resultados esperados en el EBITDA durante un largo plazo. De este resultado objetivo, numérico y estadístico, el análisis financiero podrá generar indicadores de gestión que evidencien si, como se mencionó anteriormente, financieramente el negocio es estable, exitoso y sostenible.

Sin embargo, cuando le agregamos un apellido al concepto de sostenibilidad, por ejemplo, la ‘sostenibilidad ambiental’, encontramos que los indicadores que pueden determinar el éxito de la gestión, pese a que ya están definidos, son más complejos de evaluar y, que fruto de estas complejidades, nos enfrasquemos en temas subjetivos que no nos dejen avanzar de manera coherente en este proceso de análisis. Un ejemplo de lo anterior podría ser la discusión de cómo impactar positivamente el índice de huella de carbono promoviendo el uso de toallas de papel en lugar de un secador eléctrico de manos; o decidir qué índice prevalece sobre otro en el caso en el que se cuestione si se debe favorecer el índice de huella hídrica usando una política de utilización de vasos biodegradables; o el índice de huella de carbono, promoviendo el uso de vajilla que se puede lavar y reutilizar. Los anteriores son solo algunos ejemplos donde se evidencian diferencias conceptuales y donde mientras se unifican los criterios existirán, sin duda alguna, diferentes interpretaciones y posiciones. En el caso de los indicadores financieros, determinados por las normas NIIF y algunos indicadores, local o mundialmente establecidos, existe mayor evidencia de la objetividad.

En este sentido, existe el riesgo latente de que vivamos bajo el efecto de la ‘rana hervida’ en el que dado a que las consecuencias del uso irracional de recursos (naturales, económicos, y humanos) no se ve de manera inmediata, sino lenta y progresiva, llegará un momento en el que será demasiado tarde para reaccionar y estaremos sumergidos bajo el agua hirviendo afrontando los efectos de los daños irreparables que en su momento tuvimos la oportunidad de mitigar. 

Aunque el panorama suene desalentador, veo con optimismo los avances que constantemente se registran a nivel de las organizaciones. En este sentido, los indicadores de sostenibilidad distintos a los netamente financieros ya son una realidad y se están aterrizando cada vez más a nuestra actualidad. Desde mi campo, como economista y especialista en Gerencia del Talento Humano, he encontrado en la metodología de Lean y Six Sigma, herramientas valiosas para “objetivizar” la subjetividad de algunas de las situaciones que se presentan en mi desarrollo profesional como líder de áreas de Talento Humano. Estas metodologías me han permitido corroborar que, efectivamente, “lo que no se mide, no se puede mejorar”; igualmente, considero, nos pueden ayudar a identificar aquellos ‘ruidos’, aquellos aspectos que no nos permiten ajustar la ‘calidad de los productos’ a los requisitos de los clientes, entendiendo como productos todo lo que hacemos en pro de la sostenibilidad, y entendiendo como clientes a todas las personas con las cuales nos relacionamos en nuestros ámbitos, incluso aquellas personas de próximas generaciones que aún no conocemos pero que dependen de nuestro actuar presente y futuro.

La invitación es, entonces, a continuar en ese proceso de repensar nuestras prioridades y atender finalmente ese llamado de emergencia que nos involucra a todas las organizaciones, sea cual sea el campo de acción y su naturaleza, pero más que ello a utilizar los indicadores y las herramientas que tenemos a la mano para saber en qué medida mitigamos nuestro impacto y la eficiencia de las estrategias de manera objetiva y coherente. Nuestro compromiso como parte de las organizaciones es coordinar nuestros procesos y tomar decisiones que impacten positivamente nuestras actividades y nuestra huella, y que finalmente logren convertirnos en entidades sostenibles y pensadas para cumplir con los objetivos ambientales, sociales y financieros propuestos. De esta manera, saltaremos a tiempo de la olla de agua hervida antes de que sea imposible tomar medidas realmente efectivas.

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