Autora: Gema Sacristán, Directora General de Negocios, BID Invest
En los últimos tiempos asistimos a crecientes dudas y reflexiones sobre si debemos pisar el freno en el proceso de descarbonización de las economías para llegar al objetivo de cero emisiones netas en 2050. Veamos el origen de estas dudas y pongamos las cosas en su sitio para analizar las causas y la naturaleza de esta ralentización del proceso de transición energética.
Aunque había algunas señales previas, todo cambió con la invasión de Rusia a Ucrania, que catapultó los precios energéticos a niveles desconocidos, abriendo paso a una crisis energética de escala mundial, con epicentro en Europa y originada por la escasez y carestía de los combustibles fósiles. La subida de precios fue tal que más de un país ha reactivado usos energéticos que incluso habían aparcado por su alta contaminación, como el carbón.
Esta crisis energética ha puesto sobre la mesa más argumentos para los que ya dudaban no se habían aplicado lo suficiente. Recordemos que el último informe del Panel Intergubernamental de cambio climático (IPCC) de la ONU, difundido el pasado marzo, califica de crítica la situación, subraya que el tiempo de actuar se va agotando y recuerda que, lejos de caminar hacia un aumento del 1,5° de la temperatura del planeta como se acordó en París (2015), la trayectoria actual apunta a más del doble de incremento (entre el 3,3% y el 5,7%) para finales de este siglo. Para revertir la tendencia, habría que reducir las emisiones globales un 43% de aquí a 2030.
Dicho de otra manera: íbamos mal y la crisis energética, exacerbada por la guerra y ahora convertida en crisis mundial, da más argumentos a aquellos que quieren frenar, cuando no apartarse, de la lucha contra el cambio climático. No me malinterpreten. No dudo de que la seguridad energética sea un argumento sólido y deba ser una prioridad. Por supuesto que sí. Pero el encarecimiento de la energía no debe llevarnos hacia atrás, sino hacia delante en el proceso de descarbonización con la supresión progresiva del uso los combustibles fósiles.
Es un error pensar que la descarbonización va en contra de la seguridad energética, como argumentan algunos. Al contrario, como dice la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la solución a la crisis energética no pasa solo por diversificar las fuentes de energía, sino por cambiar la naturaleza del sistema energético en sí mismo, y hacerlo mientras se mantiene la provisión asequible y segura de servicios energéticos.
Digo todo esto porque, si caemos en la trampa de los argumentos mal enfocados, podemos ver un tornado donde solo hay turbulencias a superar, como las describe McKinsey. No veamos lo que no hay, ni nos desviemos peligrosamente de la estrategia, que es concreta, precisa y no deja lugar a dudas. Lejos de hacer descarrilar la transición sostenible, debemos aprovechar y convertir este impasse de dudas en una oportunidad real de afianzarnos.
Pensemos en lo que podemos mejorar. Escuchemos esas críticas constructivas que nos ayuden a enraizar. Bien enfocadas, las preguntas nos deben hacer reflexionar sobre dónde debemos poner el foco y la inversión. ¿Hay que seguir priorizando las energías renovables? ¿Debemos enfocarnos más en financiar la transición que deben hacer todos los sectores y compañías desde el punto de vista de procesos productivos y no solo de eficiencia energética? ¿Estamos invirtiendo lo suficiente en nuevas fuentes o materiales de uso energético como pueden ser el hidrógeno o el litio? Recordemos que este metal, clave en la fabricación de baterías eléctricas y, para muchos, una de las opciones más efectivas para reemplazar los combustibles fósiles, tiene en América Latina uno de sus epicentros: concentra más del 50% de las reservas mundiales de litio.
Sin la necesaria colaboración internacional, no podremos llegar a la meta. La lucha contra el cambio climático requiere del esfuerzo y colaboración de todos, desde instituciones y gobiernos, a ciudadanos y compañías privadas. Precisa de un apoyo específico de los países con más recursos, los más avanzados, hacia los países emergentes o en desarrollo que, además de tener menos recursos, sufren con más intensidad los estragos del cambio climático. Se precisa un esfuerzo conjunto que, sin duda, será más difícil de llevar a cabo en estos tiempos de crisis, que pondrán en juego nuestro propio empeño, pero también nuestra credibilidad.
En este contexto, creo que el papel de los bancos multilaterales de desarrollo en la transición sostenible será todavía más importante en estos tiempos de crisis climática, en los que veremos a muchas organizaciones sucumbir a esos movimientos tácticos. Los bancos multilaterales pueden ayudar a mantener el rumbo de la estrategia sostenible, manteniendo el timón firme, tomando más riesgo, utilizando financiación mixta o concesional y movilizando el capital privado a escala para arrimar el hombro a la causa climática.
Concluyendo, no esperen grandes avances en la descarbonización energética en el corto plazo. Si el proceso ya era de por sí complejo, la invasión y la crisis energética y económica ha provocado desviaciones puntuales y curvas en ese camino que nunca fue una línea recta. El 2023, y quizá también el 2024, será un año complejo, de idas y venidas. Un punto de inflexión. Una parada obligada que, sin embargo, debemos aprovechar para coger fuerzas mientras las piezas vuelvan a recolocarse y aceleramos otra vez la marcha hacia un futuro sostenible.