Con frecuencia, escuchamos el término “transición energética”, el cual fue tomado en cuenta dentro de las agendas políticas de algunos gobiernos, tras los compromisos adquiridos para mitigar los efectos del cambio climático que resultaron del acuerdo de París en la COP21 del 2015.
Se suele pensar que todos los eventos en cuanto a transición energética se han venido planificando y ejecutando durante los últimos años, sin embargo, a lo largo de la historia de la humanidad, hemos presenciado diferentes periodos de transición energética, solo que ninguno se compara con lo que se plantea actualmente de hacer un verdadero cambio de paradigma respecto a cómo incorporamos la energía en nuestras vidas.
En el pasado, todos los eventos de transiciones energéticas tenían como único objetivo, el cubrir la creciente demanda energética sin importar de qué fuente y recurso provenía dicha energía ni mucho menos los impactos al ambiente y la sociedad que pudieran traer consigo. Al aumento incesante a lo largo de los siglos de la población y las ciudades, se sumó en la segunda mitad del siglo XVIII, la revolución industrial.
Este momento de la historia lo considero fundamental ya que resulta un punto de referencia en el consumo desenfrenado de la energía debido a la incorporación de la máquina de vapor, que fue la precursora de diferentes mecanismos que requerirían grandes cantidades de combustibles fósiles para su funcionamiento, y que con el descubrimiento del petróleo en el siglo XIX modificaron completamente la matriz energética del planeta así como el incremento de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera.
Pero ¿Qué es realmente eso de la transición energética? Según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), la transición energética consiste en un cambio gradual y constante del uso de la energía a nivel mundial desde las fuentes fósiles a un sistema de cero emisiones de carbono para el año 2050.
Hoy en día, vemos este término acompañado de palabras como: Justa, sostenible, técnica y económicamente eficiente. La lista puede seguir.
La realidad es que, así como se dio en el pasado, las transiciones no ocurren de la noche a la mañana
Y aunque el mundo está en una carrera contrarreloj para reducir su dependencia de los combustibles fósiles y preservar la posibilidad de limitar el aumento de la temperatura global del planeta a menos de 2°C a fin de siglo, no todos los esfuerzos deben ir dirigidos hacia el cambio a combustibles y generación con energías renovables.
Actualmente, las tendencias de las emisiones apuntan a que no se cumplirá ese objetivo. Los planes gubernamentales siguen muy lejos de satisfacer las necesidades de reducción de las emisiones. Con las políticas actuales y previstas, el mundo agotará en menos de 20 años su “presupuesto de carbono” (CO2) relacionado con la energía para mantener el incremento de la temperatura del planeta muy por debajo de 2 °C (con una probabilidad del 66 %), mientras que combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón seguirán siendo predominantes en el mix energético mundial durante décadas.
Es por esto que la transición energética se convierte en un tema serio, el cual requiere de medidas inmediatas y de apartar cualquier discurso político que solo busque alimentar ideologías que van en contra de los intereses nacionales. El problema está en que, si bien el consumo de energía per cápita ha llegado a su tope máximo en muchas economías avanzadas, en las economías aún en desarrollo está aumentando, y como se observa en el mapa, tiene que aumentar en los países de ingreso bajo para sacar a la gente de la pobreza y elevar los niveles de vida, lo que yo denomino: “Energía como apalancador de desarrollo”. Además, es precisamente en los países de ingreso bajo y en desarrollo donde el crecimiento demográfico es más intenso.
De ahí que el mundo necesite mucho más que sólo energía solar y eólica para la transición. Otras energías renovables, como la bioenergía, geotermia y el hidrógeno verde, serán cruciales, pero también lo serán técnicas como la captura y el almacenamiento de carbono y, como señala la AIE (Agencia Internacional de la Energía), la capacidad para extraer más de una menor cantidad de recursos, gracias a la mayor eficiencia energética. A lo cual le sumaría el entendimiento del papel que seguirán teniendo los combustibles fósiles como el gas natural, bien conocido como el “Energético de Transición”.
En definitiva, pienso que los elemento claves que permitirán esa tan anhelada transición deben incluir: i) Mayor participación de las energías renovables de bajas emisiones dentro de la matriz energética con el objetivo de descarbonizar el sistema ii) Eficiencia energética, iii) Digitalización del sistema, iv) Electrificación del transporte y las ciudades, v) Robustecer los sistemas de transición para transportar las energías renovables, vi) Avances en los sistemas de storage, y vi) Energía distribuida y comunidades energéticas.
Y aún con todos estos esfuerzos, una condición necesaria para alcanzar los objetivos de la transición será el replantearnos como sociedad e individuos nuestra cultura de consumo.