Las expectativas sobre el sector financiero han cambiado drásticamente en los últimos años. En un mundo que enfrenta una crisis climática sin precedentes, y en un contexto en el que las presiones sociales son cada vez mayores con profundas desigualdades que parecen agudizarse, no basta con que las instituciones financieras se dediquen a su negocio tradicional de generar valor económico superando los retos de la innovación digital o la eficiencia operativa.
Hoy la sostenibilidad dejó de ser una opción, o una fuente de valor, para convertirse en un elemento central y estructural a nuestras actividades. Estamos llamados a ser protagonistas en la protección del planeta y en la construcción de una sociedad más equitativa. Hemos entendido que no se trata simplemente de adoptar prácticas internacionales o de cumplir con métricas ESG (ambientales, sociales y de gobierno). Nuestro reto es mucho más profundo: tenemos que reinventar el papel de la banca y nuestra responsabilidad en el impacto que generamos al ambiente y a la sociedad.
En este contexto, además, enfrentamos no solo una demanda creciente de soluciones que promuevan la sostenibilidad, sino también una presión regulatoria en constante evolución. La incorporación de principios ESG ya no es solo una cuestión reputacional, sino que tiene implicaciones directas sobre la competitividad, la creación de valor para los accionistas, el riesgo financiero, y la sociedad.
En cuanto a la competitividad y creación de valor para los accionistas , en los últimos años hemos dado pasos significativos en la creación de productos financieros que priorizan la sostenibilidad. Los bonos verdes, sociales y sostenibles han demostrado ser herramientas eficaces para canalizar inversiones hacia proyectos con impacto positivo en el medio ambiente y en las comunidades. Según datos S&P, se estima que en 2024 se emitan más de $45 mil millones de dólares en bonos sostenibles en América Latina, lo que representa el 30% del total de emisiones de bonos de la región. Esta dinámica refleja una tendencia ascendente que no solo está en línea con los compromisos climáticos globales, sino que también responde a la demanda de inversionistas institucionales que buscan portafolios más resilientes y alineados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Alineado con esto, en Grupo Aval, el conglomerado financiero más grande de Colombia, hemos sido activos en el desarrollo del mercado de finanzas sostenibles en el país. Medio billón de pesos en bonos sostenibles, una cartera sostenible de $17.3 billones de pesos; son números que impactan y demuestran que hemos evolucionado a la acción.
El mercado, además, ha respondido. En nuestra última emisión de bonos sostenibles, la demanda superó 2.9 veces lo esperado, demostrando que existe un apetito real por instrumentos financieros que combinen rentabilidad con impacto positivo. Hoy, nuestra cartera verde asciende a $2.6 billones, financiando proyectos que van desde energía renovable hasta edificios sostenibles y transporte limpio. Y nos hemos propuesto duplicar nuestra cartera verde en los próximos cinco años. Esto no solo implicará un aumento en el volumen de financiamiento, sino también la creación de nuevos productos financieros innovadores que aborden desafíos específicos de sostenibilidad.
Ahora bien, más allá de las cifras de negocio y del impacto que genera la banca para el desarrollo de una economía cada vez más sostenible, es innegable que la creciente integración de los riesgos climáticos y de sostenibilidad, ha transformado profundamente nuestra manera de gestionar los riesgos financieros. En varios países de nuestra región ya se han desarrollado regulaciones que requieren que las instituciones financieras incorporen estos riesgos en sus evaluaciones de cartera y reportes financieros.
Y es que tenemos que partir de la premisa que los riesgos climáticos no representan un fenómeno homogéneo. En América Latina, los riesgos físicos (que representan daños a los activos e infraestructura como consecuencia de eventos climáticos extremos) son especialmente preocupantes, dado el alto nivel de exposición de muchas de nuestras economías al cambio climático. Los riesgos de transición (cambios regulatorios, tecnológicos y de mercado derivados del esfuerzo global por reducir las emisiones de carbono) también plantean desafíos de gran relevancia pues sectores como la minería y los hidrocarburos, centrales en la economía de varios de nuestros países, enfrentan cada día más restricciones regulatorias y presión de los inversionistas.
Para mitigar estos riesgos, la banca está adoptando prácticas de gestión de riesgos que incluyen escenarios climáticos, análisis de resiliencia y valor en riesgo. El marco TCFD (Task Force on Climate-related Financial Disclosures) ha sido una buena guía que varios de nuestros bancos han comenzado a implementar para medir, reportar y gestionar estos riesgos con mayor precisión.
En consecuencia, el sector se ha sofisticado en su medición de indicadores. No sólo climáticos sino por supuesto también en los indicadores sociales. Factores que antes se consideraban periféricos (como el acceso al agua, la biodiversidad o la cohesión social) ahora son fundamentales para la evaluación del riesgo y la rentabilidad. Esto ha llevado a una reevaluación de las carteras de inversión y de los modelos de riesgo crediticio.
Aquí quiero detenerme en otro aspecto que considero fundamental en esta transformación de la banca y es en nuestro impacto social. Históricamente hemos tendido a subestimar el impacto social del sector financiero. Sin embargo, al adoptar una visión integral de la sostenibilidad, hemos entendido con mayor claridad cómo nuestro rol trasciende el desarrollo económico, contribuyendo a la construcción de un mayor bienestar. Se trata de repensar fundamentalmente cómo la banca puede servir mejor a la sociedad.
Esto, por supuesto implica un profundo conocimiento de la misma, entendiendo sus particularidades y necesidades, con un enfoque único. Aquí no podemos (como en otros aspectos) importar modelos extranjeros; tenemos que crear soluciones a la medida de nuestra realidad.
Es precisamente en este punto donde quiero comentar sobre la manera en que Grupo Aval ha marcado la diferencia, generando más de 77.000 empleos con la claridad y el compromiso de trabajar por el desarrollo del país, fortaleciendo a miles de pymes y proveedores en la cadena de valor e impactando a cientos de comunidades en toda la geografía nacional.
Para hacerlo, hemos partido de la base de que el sector financiero debe ser inclusivo en el amplio sentido de la palabra. Esto implica brindar acceso por medio de nuestra presencia, nuevas tecnologías, productos y servicios a la medida de las necesidades y capacidades, y la participación activa en soluciones a las comunidades más necesitadas. Los casos desde Grupo Aval abundan: programas de inclusión financiera para las comunidades más marginadas y para personas en condición de discapacidad, programas productivos para el fortalecimiento de emprendimientos y microempresas (sobretodo de mujeres), programas para el fortalecimiento de capacidades en sectores críticos para el desarrollo como el agro y turismo, programas de empleabilidad para adultos mayores, entre otros.
Un ejemplo que quisiera resaltar es la gran apuesta que hemos hecho por generar una alianza con el sector público y las comunidades a través de nuestro programa Misión La Guajira. La Guajira es un departamento con una problemática social y económica histórica en donde habitan más de 3.500 comunidades indígenas y abunda la pobreza. Todas las soluciones han sido insuficientes pero nosotros nos propusimos asumir el reto de generar soluciones sostenibles. Gracias a ello, a finales de 2024 habremos llegado a 81 comunidades, más de 25.000 personas con acceso a agua, energía y seguridad alimentaria. ¿Cómo lo hicimos? Con rigor; involucrando a las comunidades en la generación de las soluciones y su sostenibilidad; con una gestión de proyectos con las mismas exigencias (y hasta más) de las que implementamos en el sector privado; con el compromiso de nuestros líderes; con la convicción de que tenemos que ir más allá si realmente queremos que nuestro contexto sea sostenible. Es difícil expresar en palabras el impacto de una iniciativa como la que hemos desarrollado. Un impacto que trasciende a las comunidades atendidas, convirtiéndose, además, en fuente de orgullo y propósito para nuestros miles de colaboradores.
Esto demuestra que incorporar principios ESG de manera coherente y estratégica no solo fortalece la reputación y posicionamiento ante clientes e inversionistas, sino que también mejora nuestro entorno y atrae a nuevos talentos que buscan trabajar en organizaciones alineadas con sus valores.
Esta es la nueva generación, una en la cual las organizaciones generan confianza y lealtad a través de la sostenibilidad. Y esta es la nueva banca. Una en la cual la sostenibilidad se convirtió en un elemento estructural para nuestro negocio. Hemos evolucionado entendiendo que el mercado demanda más de nosotros: más productos y servicios financieros, un mejor análisis de los riesgos a los que nos exponemos, más herramientas para medir nuestro impacto ESG, y más compromiso de parte nuestra para fortalecer nuestro impacto social.
La sostenibilidad está redefiniendo la manera en que el sector financiero opera y quienes así lo entiendan serán los que realmente podrán generar ventajas competitivas y capitalizarlas en beneficios. El reto no es menor. En especial, para nuestra región en donde los desafíos que enfrentamos como sociedad, desde el cambio climático hasta la desigualdad económica, requieren de un compromiso y acción colectiva.
Estamos escribiendo una nueva historia para el sector financiero, con nuevas reglas. Una historia de la que todos debemos ser protagonistas con cada decisión que tomamos y cada vida que transformamos.